Ese vacío no se llena con bolsas de compras
Descubre cómo las compras emocionales activan la dopamina y cómo salir de ese ciclo.
¿Alguna vez has comprado para calmar los nervios o para sentirte mejor después de un mal día? La ciencia explica por qué las compras emocionales nos atrapan: activan la dopamina y nos dan una felicidad fugaz… pero dejan vacío y deudas. En este artículo te cuento mi historia, lo que aprendí, y cómo empezar a romper ese ciclo.
Un poco de mi historia
Tenía apenas 12 años cuando mi papá se quedó sin trabajo y nos reunió a sus tres hijos en la sala de la casa. Un poco desesperado por no saber cómo iba a hacer para mantener un hogar de 5 personas nos dijo algo contundente: “De ahora en adelante yo voy a hacer lo que sea por garantizarles a todos su comida, el techo y la educación. Pero si quieren comprarse algo, tendrán que conseguir su propio dinero. No tengo como darles para salir, para sus fotocopias o para ningún gusto”.
Ese momento me marcó para siempre. Fue como si me empujaran de golpe al mundo adulto. Entonces descubrí que podía generar ingresos: con los pocos acordes de guitarra que sabía empecé a dar clases a mis amigas, tenía sólo tres alumnas pero era más que suficiente para mis pocos gastos de aquel entonces y hasta vendía los sándwiches que mi mamá me preparaba para el colegio que eran de fama mundial, porque si algo hacía bien mi madre, era cocinar. Muy pronto entendí que era posible ganar dinero.
Lo que nadie me enseñó fue a manejarlo. Así que mi fórmula era simple: dinero = gastar. No sabía que era posible multiplicarlo a través de la inversión, en mi cabeza solo cabía que el dinero era para darme gustos pues todo lo demás ya lo tenía garantizado. Y gastar se convirtió en mi manera de sentirme mejor. Comprar ropa de moda me hacía sentir atractiva, valiosa, bonita; invitar a mis amigos y pagar la cuenta me hacía sentir generosa, buena onda, divertida, cool; salir a comer un helado, a la peluquería o comprarme algún antojo, me calmaba cuando estaba triste. Sin darme cuenta, las compras emocionales se convirtieron en mi refugio.
Incluso recuerdo un programa de televisión que pasaban los domingos, donde un personaje cómico decía, entre risas: “a mí gastar plata me calma los nervios”. En ese entonces me parecía gracioso, pero hoy veo que era una caricatura de lo que muchas personas vivimos en silencio: comprar como anestesia emocional.
La ciencia detrás de las compras emocionales
Con los años descubrí que no era solo cuestión de voluntad, sino también de cómo funciona nuestro cerebro. Cada vez que compramos algo, el cerebro libera dopamina, el neurotransmisor del placer inmediato. Esa chispa de felicidad se parece a la que sentimos cuando comemos algo dulce o recibimos un “like” en redes sociales.
La serotonina también sube por un momento, mejorando el estado de ánimo. Pero la corteza prefrontal —la parte que nos ayuda a pensar con calma, planear y controlar impulsos— queda relegada. Por eso muchas veces compramos aun sabiendo que no deberíamos, la emoción nos gana y nos escudamos en frases como” Dios Proveerá” o “me lo merezco, para eso trabajo”.
Y claro, cuando entra la tarjeta de crédito en escena, todo se potencia. He llegado a tener once tarjetas de crédito. No todas copadas, pero sí con deudas que sumaban viajes, salidas y caprichos. Como podía pagar la cuota mínima, sentía que estaba cumpliendo. Pero en realidad estaba atrapada en un círculo de dopamina y deuda.
El problema viene después. Cuando el efecto de la dopamina se apaga y la corteza prefrontal retoma su función, aparece la realidad: hay que pagar. Y ahí surge el estrés financiero: la ansiedad de ver que no alcanza, la culpa por haber gastado de más, la preocupación de no poder cubrir las cuotas. Ese ciclo de euforia y bajón es lo que atrapa a tantas personas en la trampa de las compras emocionales.
La ciencia es clara: esas compras nos dan alivio, pero de corta duración. En cambio, la verdadera sensación de bienestar sostenido proviene de hormonas como la oxitocina, que se libera en la conexión con otros, o de una serotonina más estable que surge con actividades profundas como el ejercicio, el yoga, la meditación, una caminata por la naturaleza, la contemplación o compartir con quienes queremos. Y si te das cuenta, todas estas cosas las puedes hacer sin necesidad de dinero.
Lo que dice Marian Rojas Estapé
El último libro que leí se llama, Recupera tu mente, reconquista tu vida, de la psiquiatra española Marian Rojas Estapé. De ahí me surgió la idea de escribir esto. En él Marian explica cómo vivimos instalados en la gratificación instantánea. Describe la “adicción emocional a la dopamina”: esa necesidad constante de estímulos que nos den un pequeño chute de placer, ya sea con redes sociales, comida o compras impulsivas.
Según Rojas Estapé, nuestra mente vive secuestrada por la inmediatez. La corteza prefrontal se sobrecarga, pierde fuerza, y entonces los impulsos mandan. Y aunque gastar pueda darnos la ilusión de calma, lo que necesitamos no está en las bolsas de compras, sino en lo que ella llama “rutinas vitamínicas”: hábitos sostenidos que realmente nutren nuestra mente y nuestro cuerpo. Dormir bien, tener un propósito, practicar gratitud, conectar con la naturaleza o compartir tiempo de calidad con las personas que queremos.
Lo que aprendí
Con el tiempo entendí que ese vacío que intentaba llenar con compras no necesitaba más bolsas ni más tarjetas, sino algo mucho más profundo: lo que Marian Rojas Estapé llama rutinas vitamínicas. Poco a poco empecé a regalarme momentos que realmente nutrían mi mente y mi corazón: conversar con mi esposo tomando una copa de vino en el balcón, meditar cada mañana, practicar yoga con constancia, conectar con mi respiración y hasta aprender a sentir los latidos de mi corazón.
Esos espacios sencillos me ayudaron a sanar vacíos emocionales que antes intentaba cubrir con dinero. Ya no era necesario comprar para sentirme bien. Y en ese proceso descubrí algo maravilloso: a través de la educación financiera podía poner el dinero a trabajar para mí. Empecé con poco, invirtiendo de manera gradual, y fui viendo cómo esas inversiones crecían sin que mi calidad de vida se redujera. Porque entendí que mi bienestar no dependía de cuántas cosas tuviera, sino de cómo me sentía con las personas que amo, de cómo vivo en el mundo y de la paz que me da ejercer este oficio de divulgar la educación financiera con un propósito: ayudar genuinamente a otros a sanar su relación con el dinero.
Aprendí que las finanzas no se resuelven solo con números, ni con fórmulas de ahorro o inversión. Se resuelven también con emociones. Porque el dinero, al final, refleja la forma en que habitamos la vida
Mónica Arango.